Este tipo de té verde se expande transfiriendo sus virtudes a refrescos, bombones y diferentes tipos de exquisiteces.
El té matcha parte de un polvo finísimo, de intenso color verde, rico en vitaminas, minerales y aminoácidos.
Como tantas cosas que los japoneses han adoptado, el té verde en polvo es, en realidad, chino. La costumbre de beber este elixir, con propiedades antioxidantes y depuradoras, fue introducida en Japón en 1191 por el monje Eisai, fundador del budismo zen, que trajo desde China las semillas de la variedad de Camellia sinensis que mejor se adapta al complejo sistema de cultivo y producción del té matcha, que exige proteger las plantaciones con mallas –de tal modo que los brotes se desarrollen a la sombra–, y cosechar las hojas manualmente, para luego fermentarlas, secarlas, almacenarlas en frío y molturarlas con un molino de piedra. Se obtiene así un polvo finísimo, de intenso color verde, rico en vitaminas, minerales y aminoácidos.
Si en China la costumbre de beber este té se fue perdiendo tras las invasiones mongolas, en Japón su consumo se extendió gracias a la influencia zen, que incluso brindó al matcha el rol protagónico en el chado, la ceremonia del té.
Desde el siglo XVII, esté milenario maná ha encontrado en Uji, localidad nipona vecina de Kioto, su mayor epicentro de producción. Allí, compañías como Marukyu-Koyamaen velan por la calidad del matcha respetando la metodología tradicional para surtir al mundo de un polvo supremo, que hoy marca tendencia y da lugar a delicatessen de todo tipo.
Vía: Gentleman – El Confidencial
Añadir Comentario